La Asunción de María al cielo

EL ÚLTIMO ADIÓS Y EL TRASLADO

Entonces entraron los apóstoles, discípulos y demás presentes para ver todavía una vez más el querido santo rostro antes que lo taparan. Se arrodillaron con muchas lágrimas en torno a la Santísima Virgen y para despedirse le tocaban las manos que estaban envueltas sobre el pecho, tras lo cual salían de allí.

Ahora las santas mujeres se despidieron también por última vez, y después envolvieron el santo rostro y pusieron la cubierta al féretro, que ataron con cintas grises en el centro y en ambos extremos. A continuación los vi poner el féretro en unas andas que Pedro y Juan sacaron a hombros de la casa. Tienen que haberse relevado, pues más adelante vi que la llevaban seis apóstoles: delante Santiago el Mayor y el Menor, en el medio Bartolomé y Andrés, y detrás Tadeo y Mateo. Los palos de las andas se metían en un cuero o una estera, pues el féretro colgaba entre ellos como en una balanza.

Algunos apóstoles y discípulos iban delante del féretro y otros seguían detrás con las mujeres. Ya estaba oscureciendo y por eso llevaban alrededor del féretro cuatro

antorchas puestas en palos. La comitiva recorrió así el vía crucis de María hasta la ultima estación y pasó por encima de la colina hasta la lápida de esta estación, a la derecha de la entrada del sepulcro. Aquí bajaron el santo cuerpo de las andas y la metieron entre cuatro en la cueva sepulcral para depositarla en el lecho excavado en la roca. Todos los presentes entraron uno a uno, la rodearon de flores y especias, se arrodillaron y ofrecieron sus lágrimas y oraciones.

Eran muchos, y el amor y el dolor los hacían demorarse; por eso cuando los apóstoles cerraron el sepulcro era ya de noche. Hicieron una zanja delante de la estrecha entrada de la cueva e hincaron una enramada de distintos arbustos verdes, unos con flores y otros con bayas, que habían arrancado con raíces de otra parte. No se podía ver nada de la entrada, y menos aún cuando condujeron el agua de una fuente cercana a pasar por delante de estos matorrales. Nadie podría entrar en la cueva a menos que forzara los arbustos para meterse por los lados.

LAS LUMINARIAS

Regresaron cada uno a su aire; unos se quedaban diseminados por el vía crucis a rezar y otros velaban en oración junto al sepulcro.

Los que volvían a la casa vieron de lejos una maravillosa luminaria sobre el sepulcro de María, que los conmovió aunque sin saber propiamente que podría ser. Yo la vi también y me acuerdo de muchos otros detalles:

Era como si bajara del cielo hasta el sepulcro una vía de luz en la que venía una figura fina como si fuera el alma de la Santísima Virgen, acompañada de la figura de Nuestro Señor. El resplandeciente cuerpo de María, reunido ya con su alma resplandeciente se levantó del sepulcro resplandeciente y se elevó al Cielo con la aparición del Señor. Todo esto está claramente en mi recuerdo, y sin embargo no es más que una intuición:

Era de noche y veía a los apóstoles y santas mujeres cantar y rezar en el jardincito delante del sepulcro cuando bajó del cielo a la roca una ancha vía de luz por la que vi bajar una gloria de tres círculos de ángeles y espíritus que rodeaban la aparición de nuestro Señor y el alma resplandeciente de María.

La aparición de Jesucristo, cuyas llagas irradiaban claridad, se acercó flotando ante ella. Alrededor del alma de María, en el círculo más interior de la gloria solo vi pequeñas figuras infantiles; en el segundo círculo aparecían niños como de seis años; y en el círculo exterior, rostros como de muchachos crecidos; solamente distinguía claramente los rostros, del resto solo veía como centelleantes figuras de luz. Cuando esta aparición, haciéndose cada vez más clara, se derramó por completo encima de la roca, vi abierta una vía resplandeciente desde ella hasta la Jerusalén celestial.

Entonces vi que el alma de la Santísima Virgen, que seguía a la aparición de Jesús, descendía con él flotando hasta el sepulcro a través de la roca y, reunida inmediatamente después con su cuerpo glorioso, la Santísima Virgen surgió del sepulcro mucho más clara y luminosa y ascendió con el Señor y todas sus glorias a la Jerusalén celestial, adonde se sumió otra vez todo aquel resplandor cubriendo el tranquilo cielo estrellado de la comarca.

No sé si los apóstoles y mujeres que rezaban delante del sepulcro lo habrán visto también, pero vi que miraban hacia arriba rezando asombrados, o que se arrojaban conmovidos a prosternarse con el rostro en tierra. Vi también que algunos de los que volvían con las andas a casa, rezando y cantando por el vía crucis y parándose en las distintas estaciones, se volvieron a mirar a la luz sobre la roca del sepulcro con gran devoción y muy emocionados. Así que yo no he visto que la Santísima Virgen muriera normalmente, ni que viajara al cielo, sino que primero su alma y después su cuerpo fueron arrebatados de la Tierra.

(…)

ESTADO DEL SEPULCRO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Entonces Tomás y Jonatán quisieron ver la tumba de la Santísima Virgen y los apóstoles encendieron las luces puestas en los palos y fueron con ellos por el vía crucis al sepulcro de María. No hablaban mucho pero se detenían un poco en las estaciones pensando en la Pasión del Señor y en el compasivo amor con que su Madre había colocado estas lápidas y las había regado tantas veces con sus lágrimas.

Cuando llegaron a la roca del sepulcro, todos se pusieron de rodillas alrededor, pero enseguida Tomás y Jonatán se precipitaron a la entrada de la cueva, seguidos por Juan. Dos discípulos tumbaron hacia atrás los arbustos delante de la entrada, y ellos entraron y se arrodillaron con respetuoso recogimiento ante el túmulo sepulcral de la Santísima Virgen.

Entonces Juan se acercó a la ligera canasta del féretro, que sobresalía un poco del túmulo sepulcral, desató las tres cintas grises que cerraban la cubierta y puso ésta a un lado. Entonces iluminaron el féretro y vieron con profunda sorpresa que delante de sí tenían vacíos los paños mortuorios de la Santísima Virgen, aunque conservaban toda la forma de haberla envuelto. Los paños estaban abiertos y separados en el rostro y el pecho, las vendas que envolvían los brazos yacían ligeramente sueltas pero mantenían la forma de envoltura tal como se las habían puesto, pero el cuerpo glorioso de María ya no estaba en la Tierra. Alzaron los brazos, mirando asombrados al cielo, como si fuera ahora cuando hubiera desaparecido el sagrado cuerpo de la Virgen, y Juan gritó a los de fuera de la cueva:

—¡Venid y asombraros, que ya no está aquí!

Entonces todos fueron entrando de dos en dos en la angosta caverna y vieron ante sí con estupor que solo conservaba los paños mortuorios vacíos. Salieron, se arrodillaron en el suelo, miraban al cielo elevando los brazos, lloraban, rezaban, alababan al Señor y a su querida madre gloriosa, como niños buenos a su amada y fiel madre, con toda clase de dulces palabras amorosas que el Espíritu les ponía en los labios.

Entonces se acordaron y pensaron en aquella nube luminosa que habían visto de lejos mientras volvían a la casa justo después del entierro, cómo se había hundido en la colina del sepulcro y luego de nuevo se había alzado flotando. Juan sacó del féretro los paños mortuorios de la Santísima Virgen con gran respeto, los plegó y arrolló juntos ordenadamente, y se los llevó. Volvió a poner la cubierta al féretro y lo ató de nuevo con las cintas.

Después abandonaron la cueva del sepulcro, cuya entrada volvieron a cerrar con arbustos. Anduvieron el vía crucis de vuelta hasta la casa, rezando y cantando salmos, y al llegar fueron todos al espacio donde había morado María. Juan dejó respetuosamente los paños mortuorios en la mesita de delante del rincón donde oraba la Santísima Virgen, y Tomás y los otros rezaron más en el lugar donde ella murió.

Pedro se retiró a solas, como si tuviera una contemplación espiritual; quizá se estaba preparando, pues a continuación vi que erigieron el altar delante del lecho de muerte de María, donde estaba la cruz, y Pedro celebró en él un solemne servicio divino, mientras los demás estaban en filas de pie detrás de él, rezando y cantando alternadamente. Las santas mujeres estaban de pie más atrás, junto a las puertas y en la parte de detrás del hogar.

El sencillo criado de Tomás que le había seguido desde aquel lejano país donde habían estado últimamente tenía un aspecto muy extraño: ojos pequeños, frente y nariz aplastadas y pómulos altos. Era de color más castaño que los de por aquí [es decir, que los de Éfeso]. Estaba bautizado, pero en lo demás era como un niño obediente y sin experiencia. Hacía todo lo que se le ordenaba, se quedó de pie donde le pusieron, miraba donde se le ordenaba y sonreía a todos. Se quedó sentado allí donde Tomás le dijo que se sentara y cuando vio llorar a Tomás, también lloró amargamente. Este hombre se quedó siempre con Tomás; podía llevar grandes cargas: cuando Tomás construyó una capilla le vi arrastrar piedras muy pesadas. Después de la muerte de la Santísima Virgen vi que a menudo a los apóstoles y discípulos, reunidos de pie en círculo, se contaban mutuamente dónde habían estado y lo que les había pasado. Lo he oído todo, y ya me acordaré de nuevo de ello si es voluntad de Dios.

LA VIDA OCULTA DE LA VIRGEN MARÍA" BEATA ANA CATALINA EMMERICK /fragmentos de texto/